No, no se trata de una crónica de peregrino en coche. Ah, si ya lo decía Saint-Exupéry: “Lo esencial es invisible a los ojos”.
Vale, en este caso está razonablemente justificada la duda. Perdón, abro la puerta...
…y ahi está mi bordón, impaciente por comenzar su particular temporada de claqué.
No, que no, tampoco se trata de un Camino en tren. Es la continuación de la maniobra de aproximación al punto de inicio. Un desplazamiento algo lioso que un avión podía haber simplificado considerablemente, pero... ejem... no encontré ninguna plaza libre.
Acabo de subir al tren, que circula próximo al río. No acabo de coger postura en el asiento, noto el cuerpo ya tenso y expectante ante la inminencia de los primeros pasos. El revisor entra en el compartimento para controlar a los novedosos. Cuando llega mi turno me habla en un idioma extranjero. Podía haber dicho: “Ticket, please”. O bien: “Ticket, s'il vous plaît”. Pero lo que me dirige es un: “Faça favor o bilhete”.
Mientras se lo entrego me lo imagino añadiendo un: “Dom Resentido, é incredível, mais uma vez por aqui? De novo a Caminhar por Portugal?”. En fin, es mi fado, ir a atrapar la saudade compartiendo temporalmente mi condición de resentido con la de magoado. De todos modos, se trata solamente de concretar una geografía del Camino en un momento dado, porque desde que hace años me metí en esto noto que el Camino me acompaña con cierta continuidad. Sin caer en el tan manido “modo de vida”, la verdad es que sí que ha moldeado una serie de rasgos en mi discurrir cotidiano.
Al llegar a la estación y bajar del tren echo a andar, y pronto me llama la atención el barrio que voy recorriendo. Se diría que he retrocedido un buen puñado de años, y me asombra la ininterrumpida sucesión de tiendas tradicionales que se me van presentando. Negocios tal y como los conocíamos nosotros antes de que impersonales superficies se los hayan cargado, en apariencia con carácter irrecuperable.
Uno de los negocios podía hacerme un buen servicio, aunque decido no pararme; quién sabe, tal vez me arrepienta, pero llevo un poco de prisa. Sí, ya sé que es una forma poco ortodoxa de disponerse a comenzar un Camino, con prisa, pero en esta ocasión tiene su razón de ser.
A punto de llegar me acerco aún al puente. La vista es espectacular, y me tientan ambas márgenes del río, ofreciéndome de manera diabólica la posibilidad de pasar unos días de descanso y disfrute, en lugar de los esfuerzos y sacrificios que me esperan. Precisamente para evitar el peligro de que me arrastre la tentación he decidido arrancar ya, sin esperar al día siguiente.
Al lado está la Sé, que encuentro abierta. Ése era mi temor, no llegar a tiempo, porque había consultado y leído un horario un poco extraño. A la entrada, la misma chica que vende los billetes para las distintas visitas catedralicias estampa el primer sello en mi credencial y me desea suerte.
Salgo al exterior de nuevo. El atrio bulle de gente, agosto es fecha propicia para ello. En fin, tampoco es cuestión de cambiar ahora de costumbres, así que pego un fuerte bordonazo en el suelo, y la suerte está echada una vez más. Con mis primeros pasos doy inicio a un nuevo Camino.
La Sé de Porto va quedando atrás...